La República de Chile ha resuelto anexionarse la isla Pascua, situada en el Océano Pacífico austral (…) Hemos oído que nuestro Gobierno intentaba algunas reclamaciones, sin duda porque de esta isla, descubierta probablemente en la segunda mitad del siglo XVI por el piloto español Juan Fernández, tomó España posesión en 1770. En efecto, el 15 de noviembre del citado año, el navío San Lorenzo y la fragata Santa Rosalía, que mandaban respectivamente D. Felipe González de Haedo y D. Antonio Domonte, reconocieron la isla a la que tomaron por la Tierra de Davis, como dicen las relaciones españolas, y la nombraron San Carlos. Detuviéronse en ella cinco días, clavaron tres cruces en otros tantos cerros, arbolaron la bandera de España y puesta la tropa sobre las armas, el capitán de fragata D. José Bustillo tomó posesión de la isla, con las ceremonias acostumbradas, en nombre del rey D. Carlos III, “y para mayor corroboración de este acto tan serio firmaron o signaron algunos indios concurrentes, grabando en el documento testimonial ciertos caracteres, según su estilo”.
Fragmento de un artículo sobre la isla de Pascua publicado en Revista de Geografía Comercial el 15 de noviembre de 1888, donde se cita, entrecomillado, un extracto del diario de navegación de D. Felipe González Haedo.
Realmente no está nada claro, como se cita en el texto que abre este artículo, que fuera Juan Fernández quien “descubriera” la isla de Pascua, es más, posiblemente otros navíos occidentales, de los que no se guarda memoria también, hubieran llegado a la isla desde el siglo XVI. De lo que sí se conserva memoria es del primer encuentro entre occidentales y habitantes de la isla de Pascua, claro que más bien habría que hablar de choque, porque la situación fue poco pacífica.
Un encuentro poco afortunado
La isla de Pascua, o Rapa Nui, que actualmente pertenece a Chile, se encuentra en medio de la nada. Bien, precisando habría que decir que está en medio del océano pero teniendo en cuenta que la tierra continental americana más cercana se halla a más de 3.500 kilómetros de distancia, no debe extrañar que para los habitantes antiguos de la isla el pequeño pedazo de tierra emergida en el que vivían les pareciera todo un mundo. Conocido es que la isla de Pascua guarda grandes misterios y atractivos, pero no será ese el motivo de estas letras, sino recordar someramente cómo los occidentales y, sobre todo, los españoles, llegaron a conocer y tomar posesión de la isla.
El honor, al menos desde el punto de vista oficial, de ser considerado como descubridor de la isla de Pascua corresponde a un inquieto hombre de leyes holandés metido a navegante, Jakob Roggeveen, que descubrió la isla el domingo 5 de abril de 1722. Como era el día de la Pascua de Resurrección, la isla fue nombrada de esa forma que todavía conserva. Tiempo después, cuando Felipe González de Haedo tomó posesión de la isla para España, quiso que fuera llamada Isla San Carlos, en honor a Carlos III, pero no tuvo éxito y el nombre inicial ha perdurado.
Tal y como menciona Ramón Campbell en su obra La cultura de la isla de Pascua, el considerar a Roggeveen como el primer occidental en llegar a Pascua es más bien un ejercicio de convención histórica, casi como distintivo cómodo para asignar a alguien el mérito, más que un hecho único. Lo que los antiguos habitantes de Pascua conocían como Te-pito-o-te-henua, o El ombligo de la Tierra, debió sin duda haber llamado la atención de otros navegantes del Pacífico antes de que el holandés llegara a sus costas. El propio Roggeveen no llegó a Pascua por casualidad, iba buscando una isla fantasmal que nombraban algunos navegantes de su época bajo el nombre deTierra de Davis, ignoto lugar emergido que supuestamente avistó en la lejanía el filibustero inglés Edward Davis en 1687. Muy probablemente Pascua y la Tierra de Davis fueran la misma cosa, pero a pesar de ello Roggeveen, cuando alcanzó la isla de los gigantes de piedra, pensó realmente haber llegado a una isla nunca antes mencionada. La expedición de tres barcos del holandés, tras permanecer fondeados cerca de tres días y después de ser visitados por isleños a bordo de canoas, decidió pisar tierra firme.
Al principio todo parecía marchar bien, la admiración y la curiosidad eran mutuas. Los navegantes se sorprendieron ante los moáis, esos misteriosos gigantes pétreos que pueblan Pascua y que atraen hoy día a turistas de medio mundo. Por su parte, los nativos rodearon a los visitantes ofreciéndoles regalos y hasta a sus mujeres, pero la alegría duró poco. La fiesta se convirtió en llanto en muy poco tiempo, realmente no quedó muy claro el motivo, pero lo cierto es que un miembro de la expedición holandesa, posiblemente por miedo ante el gentío que les rodeaba, abrió fuego con su fusil. La escena de alegría tornó en lloros, gritos y terror. Los marinos se asustaron todavía más y decidieron abrir una brecha entre la multitud de la única forma que se les ocurrió: disparando por doquier. Y, así, en medio de un mar de sangre, abandonó la expedición del aventurero Roggeveen la isla de Pascua, después de un encuentro muy poco afortunado.
Felipe González de Haedo llega a Pascua
Cuando se conoció en Europa el relato de Roggeveen, muchos otros marinos y aventureros se vieron animados a surcar las aguas del Pacífico para alcanzar la misteriosa isla. Nadie lo consiguió, hasta que casi cinco décadas más tarde una expedición científica española comandada por don Felipe González de Haedo logró su objetivo y regaló al mundo las primeras descripciones minuciosas sobre los indígenas, la geografía de la isla de Pascua y, cómo no, las primeras representaciones gráficas de los imponentes moáis, con sus “sombreros” de toba roja sobre las enormes cabezas pétreas. La estancia de las naves españolas en Pascua se prolongó desde el 15 al 21 de noviembre de 1770 y, a pesar de ser sólo unos pocos días, fue muy productiva pues el material científico fruto de la expedición descubrió al mundo el verdadero rostro de Pascua, despejando las sombras fantasmales que todavía ocultaban la realidad de la isla.
Felipe González de Haedo, nacido en la preciosa localidad cántabra de Santoña en 1714 y fallecido en Cádiz en 1802, tuvo una exitosa carrera en la Armada como oficial y cartógrafo. Es recordado, precisamente, por el logro de haber llegado a la isla de Pascua para tomar posesión de ella en nombre de la Corona de España, encargándose de organizar el trabajo científico posterior. El Académico de Historia Naval chileno Francisco Mellén Blanco, que ha reconstruido su vida sobre documentos históricos, señala que su Hoja de Servicios menciona su primer destino en la Armada a los trece años de edad, en 1727, como ayudante de Piloto en la urca San Bernardo, acompañando a su padre que, en esa época, era teniente de fragata. A partir de ahí, no abandonó los viajes por los mares de todo el mundo al servicio de la Armada, logrando forjar una carrera militar muy dilatada y de gran éxito. Haedo participó en diversas campañas, como en Nápoles o en la Guerra de la Oreja de Jenkins, donde fue reconocida su valentía en la Batalla de Cartagena de Indias. Luchó igualmente contra corsarios y llegó a participar en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos contra Inglaterra.
Siguiendo las anotaciones de Mellén Blanco sobre Haedo, fueron diversos los objetivos que el virrey del Perú, Manuel de Amat y Junyent, encargó al marino de Santoña a la hora de organizar la expedición por el Pacífico Sur. En primer lugar, se le encomendó patrullar las costas chilenas, para verificar la existencia de posibles asentamientos de tropas hostiles. Esa misión se fundaba en los informes que indicaban la presencia en aquellas aguas de corsarios y navíos ingleses o franceses que podían poner en peligro las rutas comerciales españolas. Por otra parte, la misión pretendía buscar el paradero de la célebre Tierra de Davis y, llegado el caso de dar con ella, estudiar minuciosamente el territorio y tomar posesión del mismo.
Realmente era como buscar una aguja en un pajar, pero la maestría de Haedo como marino y cartógrafo hizo que cumpliera el objetivo sin tacha. El navegante de Santoña partió del puerto del Callao el 10 de octubre de 1770 como Comandante al mando del navío San Lorenzo, acompañado de la fragata Santa Rosalía. En total, los dos buques de guerra reunían una tripulación de unos setecientos marinos pertrechados con víveres para seis meses.
¿Cómo llegar a la Tierra de Davis? Ese objetivo, cumplido el 15 de noviembre de 1770 con sorprendente eficacia, llegó a buen fin gracias a un estudio detallado de gran número de cartas marinas y anotaciones de navegación procedentes de expediciones de varias naciones. Haedo, una vez logró el objetivo de marcar en un mapa sin posibilidad de error la posición de la isla, no perdió el tiempo y ordenó a la expedición el registro completo de la costa para elaborar un mapa con la localización de todos los accidentes geográficos susceptibles de servir como puertos. Comenzó así el estudio científico de la isla de Pascua que, junto a mapas y dibujos de todo tipo, se completó con extensas descripciones de los hallazgos.
Llegado el momento de aproximarse, Haedo ordenó enviar dos botes con guardias armados y equipo cartográfico a las cercanías de la isla. El grupo localizó los fondeaderos adecuados para que la flota pudiera guarecerse y permanecer un tiempo establecida en las cercanías de la isla y, además, pudieron comprobar en la lejanía que Pascua se encontraba habitada. Al principio hubo mucha cautela, lo que parecían grandes y gruesos árboles colocados simétricamente en la costa resultaron ser gigantescas estatuas de piedra. Igualmente, lo que en la lejanía podía ser confundido con grupos de soldados hostiles, quedó pronto claro que eran habitantes nativos. ¿Se repetiría el incidente de los holandeses? ¿Recordarían los habitantes de Pascua su trágico primer encuentro con los europeos? Pronto lo iban a averiguar.
Siguiendo meticulosamente sus órdenes y los protocolos establecidos en la Armada, el comandante Haedo no se precipitó. Ordenó a sus botes y lanchas rodear cuanto fuera necesario toda la isla para completar el mapa de la costa y para anotar cualquier detalle de interés que fuera reconocible en el territorio. El estudio de la información recopilada animó a Haedo para fondear finalmente y, para su sorpresa, al poco llegaron dos nativos nadando sin mostrar ningún miedo, como si el mal recuerdo de la expedición holandesa se hubiera borrado de su memoria colectiva. Los dos visitantes se mostraron fascinados con la ropa y los uniformes españoles. Regresaron a tierra con varias camisas de regalo y, al poco tiempo, no fueron dos sino decenas los isleños que se acercaron al fondeadero solicitando ropa. Realmente aquel encuentro no pudo haber marchado mejor, los españoles fueron acogidos con gran alegría. Acompañados en todo momento por un gentío curioso fueron descubriendo los moáis, la extraña escritura de Pascua, fueron anotando y midiendo todo lo que encontraron para conformar un informe científico realmente impresionante. Ahora bien, lo que más llamó la atención a la expedición, tal y como consta en esos informes, fue el contraste entre los gigantescos ídolos de piedra y la completa ausencia de tecnología de cualquier tipo que parecían mostrar los isleños, no lograban entender cómo gentes aparentemente primitivas habían logrado tal gesta.
A pesar de intentar comunicarse con la gente de Pascua en más de veinte idiomas diferentes, no lograron entender nada pero el esfuerzo por comunicarse, por medio de gestos y dibujos, hizo que se pudiera crear algo así como el primer diccionario español-rapanui de la historia, tal y como constata Francisco Mellén Blanco en sus investigaciones. Todo un logro para una expedición que pasó escasos días en Pascua, un tiempo en el que no dejaron ni un momento de anotar todo lo que encontraron. Sorprendente les resultó también la ausencia de bosques o vegetación espesa. La pobreza del terreno podría justificar que la población no recordara el incidente con los holandeses. Tal y como entendieron, gracias al improvisado diccionario, había cierta norma entre los habitantes de Pascua por la cual el número total de pobladores de la isla no debía superar nunca las 900 personas. Así, los isleños contaron que, como esa cifra era la única que la tierra podía mantener, se mataba a los que superaban los sesenta años de edad si nacía algún niño. En caso de no haber nadie de esa edad, se eliminaba a la criatura, manteniéndose siempre los 900 pobladores. Si aquello fuera cierto, no resultaría nada raro que no quedara nadie capaz de recordar el encuentro con los holandeses. De hecho, los detalles que recogieron parecen mostrar que, aunque pueda parecer sorprendente, la norma se cumplía, pues no encontraron ancianos ni personas con defectos físicos.
Terminada la primera recolección de datos científicos, Haedo ordenó cumplir con lo establecido en el plan. Se preparó así toda una ceremonia que dejó pasmados a los isleños, con soldados en formación, el izado de la bandera de España, capellanes cantando letanías, tres grandes cruces de madera erigidas en varios cerros y un discurso ceremonial. La representación se completó con los obligados vivas al Rey y las salvas reglamentarias de fusilería, respondidas por veintiún cañonazos desde los navíos. Lo que sucedió a continuación fue algo único en la historia. Entre los flamantes uniformes de la Armada, se organizó una firma para los isleños. En teoría con aquel documento la población de Pascua reconocía la autoridad de España sobre el territorio recién descubierto, aunque no queda claro que lograran entender de qué iba todo aquello. Se firmó así el primer documento de la historia en el que, junto a un texto en castellano, aparecen las “firmas” de los dignatarios de Pascua dibujadas con signos de escritura jeroglífica rongo-rongo.
Con impecable perfección, la expedición de Haedo no se apartó ni un momento de sus protocolos y órdenes. Completada la cartografía y los informes, se despidieron de los habitantes de Pascua y retornaron a América, donde Haedo presentó oficialmente su diario y los diversos informes científicos recopilados.
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